
El libro de segunda mano que compré de Jorge Luis Borges ayer por la mañana tenía escrito en su primera página un nombre, con letras grandes y manuscritas: “Octavio Rojas Encina”. Antes de siquiera hojearlo, repetí el nombre en mi mente para quizás inconcientemente registrarlo en mi disco duro de pocos megabits. No avancé ni veinte páginas cuando me asaltó una gran duda: ¿Quién sería ese Octavio? ¿Sería Don Octavio? ¿Sería un adolescente despreocupado que vende sus libros para quién sabe qué? ¿Qué probabilidades hay que un adolescente se llame Octavio? Las preguntas me asediaban en desmedida así que al poco rato se me ocurrió tipear OCTAVIO ROJAS ENCINA en Google Search (que fuerte eso de que podamos encontrar pistas o detalles de cualquier persona gracias a este buscador) Varios resultados, pero sólo el primero me bastó para elucidar al hombre incógnito: “Octavio Rojas Encina, Talca. Director Preuniversitario Pedro de Valdivia” Se me prendió la ampolleta de inmediato y recordé la voz grave de un profesor de castellano que con el fin (quiero creer) de que algún adolescente de la manada que lo oía quedara en la universidad nos hablaba de los actos del habla, las modalizaciones discursivas, los tipos de textos y blablablases. El famoso Octavio R. E. fue un particular docente de lenguaje que durante ocho meses me hacía pensar que estaba escuchando un misterioso programa de radio vía amplitud modulada. ¡Qué extraña es la vida! ¡Qué maneras tan raras tiene para enmarañar caminos! Un libro que antes estaba en su biblioteca y por el cual pagó una suma considerable, ahora está en mi mini biblioteca y con un ochenta porciento de descuento.
Estaba pensando qué hago si me lo topo algún día. Tal vez le devuelva su libro. Creo que no lo quiso perder. El estado en el que se encuentra y el haber inscrito los sustantivos propios con tanta suntuosidad en la hoja inaugural me hace pensar que hubo una razón bastante poderosa para tener que desvincularse de el. He pasado ya bastantes horas elucubrando razones de tal divorcio, pero la verdad es que después del terremoto me cuesta aún más que antes armar ideas. Quizás ni el mismo Sherlock podría unir los eslabones y ni el mismo Borges poder escribirlos.
Estaba pensando qué hago si me lo topo algún día. Tal vez le devuelva su libro. Creo que no lo quiso perder. El estado en el que se encuentra y el haber inscrito los sustantivos propios con tanta suntuosidad en la hoja inaugural me hace pensar que hubo una razón bastante poderosa para tener que desvincularse de el. He pasado ya bastantes horas elucubrando razones de tal divorcio, pero la verdad es que después del terremoto me cuesta aún más que antes armar ideas. Quizás ni el mismo Sherlock podría unir los eslabones y ni el mismo Borges poder escribirlos.
Una vez que lo termine de leer se lo devuelvo. Para mí las coincidencias no existen. En la página número cien, al comienzo del cuento “El jardín de senderos que se bifurcan” hay una firma. Quizás sea del mismo Borges….