22 noviembre 2007

Entramado de puro cuento.-


¿Creen en el destino? Personalmente tengo hasta teorías al respecto. Yo creo en el destino, siempre he pensado que todo pasa por algo entonces las coincidencias, según mi noción del tema, no serían coincidencias sino sucesos que deben pasar por una razón determinada, ya sea gravitante o superflua… Todo pasa por algo.

Si nos detuviéramos tan solo pocos segundos y el cambio de nuestra mente lo pasáramos a reversa para recordar uno que otro detalle, probablemente encontraríamos en nuestra vida una serie de personajes que actuaron como extras, pero que algo entramaron en la historia que vamos formando y en la que ellos tuvieron, cual sea el modo, un guión para actuar.
Otras de esas vidas que se entreteje un tiempo con la tuya y que luego desaparece sin dejar otro rastro que este aroma a membrillos y a higiene de convento o de clínica que entristece la música” (El Guitarrista- Luis Landero)

En algún momento y por 60 días el destino me presentó una linda alma en pena, que merodeaba entre computadores, cuadernos y calculadoras. Con ojos de pena, nariz prominentemente exacta y sonrisa crepuscular divagaba de un lugar a otro hasta que un buen día lo encontré. Yo estaba estresada, el régimen del miedo con el cual nos gobiernan en las clínicas me tenía en estado de sitio. Con nervios incluso en el pelo por un futuro seminario de Anatomía Dentaria Superior cuya presentación debía ser ante la Generala y sus súbditos. Pero entre todo este caos y días enteros en las salas de computación apareció esta mirada un poco cabizbaja, escondida tras mechas de pelo que caían tiernamente sobre su frente. Ese fue el día en el que comenzó mi despreocupación y llegaron las flores. No paré de verlo. Me lo encontraba por todos lados. En la fotocopiadora, estudiando en la biblioteca, caminando, a la salida de mis clases, cuando me quedaba en silencio…en todas partes. Llegó a tanto la manipulación del destino que cuando no lo veía me inquietaba, aunque nunca tardaba demasiado en aparecer. Y me alegraba los días. La sencillez de su mente, la humildad de su actuar y su mirada inocente coloreaban mis horas. Cuando mi ánimo se extenuaba trataba de ubicarlo de diversas formas hasta que lo encontraba y las mariposas volvían a revolotear.

Debía hablarle de algún modo pero no sabía si era lo correcto. Rebuscaba señales o indicios que me certificaran que si lo hacía no quedaría en ridículo y encontraba algunos signos pero mi cobardía, como siempre, prohibía cualquier movimiento con la excusa de que podía ser en falso. En total resultaron más de 5 intentos frustrados que me hacían sentir como el agua que cae al suelo violentamente de un jarro a gran altura.

Cuando al fin mi cerebro comenzó a descansar de nuevo y mi alma ya no sentía presiones este señor errante desapareció de mi camino. Sin alarde, ni rodeos.

Duro golpe de mi amigo el destino al que en cientos de ocasiones le he preguntado por las razones del fugaz abandono. Sus respuestas son tardías pero algo me dicen con respecto a que cumplió eficazmente su papel de despejar mis pensamientos para ponerme a cavilar en otras cosas. Entonces entendí todo y debí seguir con mi historia, tan sólo con los vestigios de esos encuentros iluminados por otro sol.

09 noviembre 2007

Polaroid del Momento

Cerca de mi casa vive la abuelita Carmen, una menudita señora derechamente de la tercera edad. Tiene 93 años y aunque el cuerpo no la acompaña para nada su mente sigue lúcida y despierta, recordando y opinando de todo. Es muy común verla temprano en las mañanas a duras penas barriendo, jardineando de aquí para allá. A menudo voy a verla. Me siento en uno de sus pulcros sillones y empieza a contarme sus historias. Siempre es así, pero no me aburre, por que además de ser una señora 100% despabilada me incita inusitadamente a pensar en mi vejez, cosa que me aterra asombrosamente y me mantengo todo el encuentro atenta, pensando que en cualquier descuido los años me caen encima.
Tengo nociones de la causa principal que desemboca en el miedo del párrafo anterior. Todo parte por haber cumplido 20 años hace unos cuantos meses atrás. Ya que si bien cuando tenía 18, 19 percibía atisbos de ciertas preocupaciones todo se canalizó cuando me atraparon las dos décadas transformándose la vejez en uno de esos miedos hedonistas, y sin mayor trascendencia como regalo a la sociedad.
Siempre he sentido que alguien me estruja el corazón, que juega con mis emociones, lo que desencadena que mi mente critique todo y que cada cosa se lleve una emoción. Poseo tantas historias, tantas ideas desafinadas, tantos desamores, tantas canciones a mi corta edad que pienso en como exponencialmente eso aumentara cuando llegue a ser mayor y me desespero. Quizás me vuelva loca (lo más probable) rodeada de papeles y un equipo con los añejos discos de Fito Paéz que tanto me inquietaron cuando era una cabra universitaria. Ese es el miedo, por que he mencionado en incontables ocasiones que no muevo ni un pie sin que quiera advertírselo a mis compañeros de vida. Además me da miedo que la daga del maldito tiempo me quite alguno de mis sentidos para poder gritar a todos los vientos como habitualmente lo hago. Temo perder mi mente y mis recuerdos, mis pocas habilidades con las palabras. Tiemblo por que mi salud en algún cambio de estación esté a merced de los violentos fantasmas de la muerte y sentir que estoy en nada.
Me consuela pensar que soy una Pasajera en Trance como dice Charly, que quizás ni siquiera alcance a llegar a los 30….
Al final de todo, igual da lo mismo. Ya estamos en el mundo, ya ofrecimos en sacrificio nuestros corazones, no nos queda otra que apechugar no más.