- Ey! Ey! Es tu turno. ¡Pásame tu libro!
- Ay, sí. Perdón. Es que usted tiene una sonrisa abrumadora. Estaba un poco concentrado en ella.
- Pura pantalla mi sonrisa. ¿Cuál es tu nombre?
- Simón Alesh.
- "Para Simón Alesh , de Margot Jeurdan". ¿Así que te gusta como escribo, Simón?
- Creo que más de lo que debiera ser.
- Me parece entonces que nos vamos a llevar muy bien.
Margot Jeurdan tenía la sonrisa fácil, pero detrás de la expresión con la que mostraba sin esfuerzo hasta la segunda muela, solía tender al fatalismo. Si no ocupaba rápido su cabeza, se hundía rápidamente en densas aguas de fatalidad, de las cuales nadie podía sacarla a excepción de Simón, su amigo musical, que una asistente de Margot solía contactar: “La señorita Jeurdan dice que venga a su casa lo más rápido que pueda”. Simón llegaba, se sentaba frente al piano de Margot y empezaba a tocar la última melodía que había aprendido en el conservatorio.
- Cuéntame, Jeurdan,..
- La pena me atrapa, querido Simón.
- Eso lo sé, pero ¿qué te ha pasado esta vez?
- Encontraron nefasto mi último ensayo. Le dediqué muchas horas y trataba de inspirarme con el disco que me regalaste de Chet Baker… Nadie lo comprendió.
Y así pasaban los minutos, hasta que de un momento a otro Simón se marchaba.
- Buena suerte, Jeurdan. Y el consejo de siempre: deberías deprimirte por cosas menos frívolas.
Siempre el consejo era el mismo, aunque la última vez, de tantas veces, realmente le clickeó en la cabeza. Se sentía en la zona limítrofe antes de llegar a la región del entendimiento, pero algo pasó: ya eran tantas las melodías que le había escuchado a Simón y era tanta la ensoñación que la rodeaba cada vez que estaba con él que ya no sabía si ahora caía en el fatalismo porque su vida profesional era mellada por algunas malas críticas o sólo para que el músico se sentara a su lado, a mover esos dedos largos y delgados de pianista nato.
De pronto los llamados de carácter urgente por parte de la señorita Jeurdan comenzaron a crecer en frecuencia en el celular de Simón.
Que la falta de inspiración, que las malas críticas, que la falta de concurrencia a las conferencias…Excusas no faltaban y volvían a transcurrir los segundos, una y otra vez con el pianito de fondo.
- ¿Por qué te vas tan temprano, Simón?
- Siempre me voy a la misma hora, Jeurdan.
- Es que hoy tengo más pena que lo habitual.
- Está bien, pero la última pieza.
- Y ¿qué vas a hacer ahora, Simón?
- Me voy a juntar con Celeste.
- ¿La tontita que juega a bailar en los teatruchos provincianos?
- Tengo planes con ella, ¿sabes? Quiere que nos casemos el próximo año.
- ¿Y ella sabe que me acompañas cada vez que te lo pido? ¿que despilfarras tu poco tiempo libre tocándome el pianito? ¿que me regalas discos sin parar?
- Tú eres mi amor platónico, Margot, pero ella es mi amor real. De vuelos constantes en el cielo no es la vida y si empiezas con que estás encaprichada conmigo no piso más tu casa. ¿Ves que puedo confundirme y enamorarme de un pequeño monstruo?
Margot volvió a sumergirse en su fatalismo cotidiano, esta vez con una excusa bastante razonable pero ya no vendrían a tocarle músicas de consuelo. Simón nunca más tocaría el pianito de la casa de Jeurdan.