Miranda nunca supo en que momento Reboratti se había vuelto loco.
"Antes no era así, chiquillas. Era tan piola. Un niño lindo, pintoresco, con un libro en sus manos y audífonos en sus orejas. De pocos amigos eso sí, pero era muy popular entre las mujeres. A ellas les gustaba su estilo: mezcla entre hippie y músico", les decía la Miri a sus amigas.
Ahí lo conoció Miranda, en su mejor momento. Solía secuestrar toda su atención y de ahí no se la devolvía hasta que se le perdiera de vista.
Le gustaba verlo leer. Aunque más que eso le gustaba su perfil inclinado hacia las hojas y el aire de apacibilidad que lo envolvía.
Cuando estoy solo, no debo demostrarle nada a nadie. No debo ser inteligente. El desapego da libertad.
Nunca supo en que momento tuvo la maldita idea de hablarle, no pensó en ninguna forma que se podría coartar una de las historias más lindas que había creado en su cabeza.
Mi cuerpo quedó con otra persona adentro y ese otro personaje no reconocía a nadie, no tenía nombre, no sabía nada de mí. No tocaba guitarra y hablaba distinto.
Reboratti asesinó con placer cada una de las ideas que Miranda se había armado de él y disfrutaba estos crímenes acostado leyendo a Charles Dickens. Pero muy a su pesar la Miri no podía dejar de prestarle un poco de su atención. Algo de él siempre le atraía.
Entrenamiento autógeno; una forma de meditación y autohipnosis.
Luego de dos años de conversaciones extraviadas de la realidad con Miranda y mientras se confundía de personalidad con Ebenezer Scrooge, Reboratti pensó en ella y aunque no le atraía ni un carajo se dio cuenta que a fin de cuentas era la única que le prestaba atención cuando la ansiedad no la paraba ni con pastillas.
Voy a tocar en un Club Nocturno, Miranda, si quieres vas.
Pero para entonces, la Miri, ya había pasado a otro ciclo. Siempre miró con mucho miedo a Reboratti (Los delirios constantes le hacían tenerle más que respeto) pero ahora el enfoque era distinto. Pasó del amor a la curiosidad y veía como en su película el protagonista de antes ahora perdía su libreto.
Tan loco no estoy, Miranda. El psiquiatra me dio el alta la semana pasada y yo le creí.
"Antes no era así, chiquillas. Era tan piola. Un niño lindo, pintoresco, con un libro en sus manos y audífonos en sus orejas. De pocos amigos eso sí, pero era muy popular entre las mujeres. A ellas les gustaba su estilo: mezcla entre hippie y músico", les decía la Miri a sus amigas.
Ahí lo conoció Miranda, en su mejor momento. Solía secuestrar toda su atención y de ahí no se la devolvía hasta que se le perdiera de vista.
Le gustaba verlo leer. Aunque más que eso le gustaba su perfil inclinado hacia las hojas y el aire de apacibilidad que lo envolvía.
Cuando estoy solo, no debo demostrarle nada a nadie. No debo ser inteligente. El desapego da libertad.
Nunca supo en que momento tuvo la maldita idea de hablarle, no pensó en ninguna forma que se podría coartar una de las historias más lindas que había creado en su cabeza.
Mi cuerpo quedó con otra persona adentro y ese otro personaje no reconocía a nadie, no tenía nombre, no sabía nada de mí. No tocaba guitarra y hablaba distinto.
Reboratti asesinó con placer cada una de las ideas que Miranda se había armado de él y disfrutaba estos crímenes acostado leyendo a Charles Dickens. Pero muy a su pesar la Miri no podía dejar de prestarle un poco de su atención. Algo de él siempre le atraía.
Entrenamiento autógeno; una forma de meditación y autohipnosis.
Luego de dos años de conversaciones extraviadas de la realidad con Miranda y mientras se confundía de personalidad con Ebenezer Scrooge, Reboratti pensó en ella y aunque no le atraía ni un carajo se dio cuenta que a fin de cuentas era la única que le prestaba atención cuando la ansiedad no la paraba ni con pastillas.
Voy a tocar en un Club Nocturno, Miranda, si quieres vas.
Pero para entonces, la Miri, ya había pasado a otro ciclo. Siempre miró con mucho miedo a Reboratti (Los delirios constantes le hacían tenerle más que respeto) pero ahora el enfoque era distinto. Pasó del amor a la curiosidad y veía como en su película el protagonista de antes ahora perdía su libreto.
Tan loco no estoy, Miranda. El psiquiatra me dio el alta la semana pasada y yo le creí.
4 comentarios:
Leì nave de Locos, dile a ese que se aventure.Nada mejor en una tarde de frio invierno.Tù vas?
cuando llego el correo de que había spublicado un nuevo cuento me reí.sé que escribes bien pero este está la raja, superaste todas mis expectativas. ojalá aprezca el ilustrador que tanto esperas.. eso yo creo que haría de este blog algo imprescindible en las mañanas después del LUN y EMOL (y las dosis diarias)
saludos.
pablo.
me gustan tus cuentos chiquilla loca, creo que deberias tener otra forma de gusrdarlos, no se escribiendolos en un cuaderno, o escribiendo tu propio libro,sin duda me gustaria en un futuro encontrarte dedicada a a escibidura como diran algunos...... una escritora de pasatiempo odontolga......eso diras despues es para despejarme un rato.... ATTE. LALO LANDA
admirador suyo:::::
hace tiempo q no me detenía x este lugar... y esq cuando lo hago, me gusta no tener otra preocupación, pues creo q tus cuentos merecen esa atención...
desde que comencé a leerlo, se me vinieron mil y un recuerdos a la cabeza, tú sabrás el porque...
y fueron mucho más nitidos... un Deja Vú, en otro tiempo, en otro lugar, con otros personajes...
te adoro SSS-M!
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