La Universidad en verano es un llano. Nadie transitando, nulo movimiento.
Anteayer terminé un módulo que se incorporó a la ya manoseada malla curricular, que terminó siendo pre-requisito para pasar al siguiente año. Un modulo que a final de cuentas no sirve para nada, que es sólo el resultado de las “genialidades” de los peces gordos de la carrera, pero que para aprobarlo estuve metida todo enero en la facultad.
Ir a la universidad en verano es algo que no se puede traducir en palabras, por que si se pudiese probablemente serían puras palabras feas (por lo bajo)
Ir a la universidad en verano es algo que no se puede traducir en palabras, por que si se pudiese probablemente serían puras palabras feas (por lo bajo)
La situación habitual en enero en el recinto educacional fue encontrar en algunos rincones a funcionarios armando pequeñas tertulias, por que generalmente no había nada que hacer, pero debían cumplir horarios hasta finales de mes para ver si una u otra persona requería sus servicios. Una fomedad que empapaba.
La micro, en mis idas a la U, no tuvo como pasajero a ningún alma que perteneciera a mi grupo etáreo. De repente me encontraba con la señora Martita, que trabaja en la biblioteca de la U y con ella me iba conversando:
Señora Martita: Por estas fechas, no hay juventud a estas horas, pues Sarita.
Yo: Si fuese paranoica creería que soy la única persona con 21 años en la ciudad y que a todos los demás los secuestraron para que pelearan en la Franja de Gaza, pero como aún no soy tan maniática sé que el único secuestrador es el Verano y que mis pares no lo están pasando nada de mal. Además nadie es tan tonto como para andar en pie a las 8:00 si la ocasión no te obliga a madrugar.
Mientras el verano anda puro tentando con las salidas a la playa, los amigos suertudos de vacaciones en diciembre, el cine, la bici, tuve que dedicarme a “aprobar”. Al principio esto del “veraneo odontológico” me pareció una pesadilla, pero luego que el pesimismo ante la situación hacía más trágica esa pesadilla, traté de formarme unos deseos locos de reprobar o aprobar rapidito, pero cuando estaba en lo mejor de mi filosofía salía uno de los tantos profes mala onda, chaqueteando cualquier intento de brillantez, como choreado por que todavía asistían alumnos a los cuales había que hacerles clases ( Ya se jubilará, señor académico y podrá disfrutar de sus milloncitos, de los cuales al menos un par al mes ganó por hacernos clases)
¿Algo positivo de la experiencia? Nada. Lo único que me dejó fue unas cuantas humillaciones y menosprecios de un par de “docentes”, un miedo horroroso de pasar a cuarto año, un libro a medio leer y sólo un mes de vacaciones (que al menos merezco o ¿no?)