25 enero 2009

Algo Intraducible!


La Universidad en verano es un llano. Nadie transitando, nulo movimiento.
Anteayer terminé un módulo que se incorporó a la ya manoseada malla curricular, que terminó siendo pre-requisito para pasar al siguiente año. Un modulo que a final de cuentas no sirve para nada, que es sólo el resultado de las “genialidades” de los peces gordos de la carrera, pero que para aprobarlo estuve metida todo enero en la facultad.
Ir a la universidad en verano es algo que no se puede traducir en palabras, por que si se pudiese probablemente serían puras palabras feas (por lo bajo)

La situación habitual en enero en el recinto educacional fue encontrar en algunos rincones a funcionarios armando pequeñas tertulias, por que generalmente no había nada que hacer, pero debían cumplir horarios hasta finales de mes para ver si una u otra persona requería sus servicios. Una fomedad que empapaba.

La micro, en mis idas a la U, no tuvo como pasajero a ningún alma que perteneciera a mi grupo etáreo. De repente me encontraba con la señora Martita, que trabaja en la biblioteca de la U y con ella me iba conversando:
Señora Martita: Por estas fechas, no hay juventud a estas horas, pues Sarita.
Yo: Si fuese paranoica creería que soy la única persona con 21 años en la ciudad y que a todos los demás los secuestraron para que pelearan en la Franja de Gaza, pero como aún no soy tan maniática sé que el único secuestrador es el Verano y que mis pares no lo están pasando nada de mal. Además nadie es tan tonto como para andar en pie a las 8:00 si la ocasión no te obliga a madrugar.

Mientras el verano anda puro tentando con las salidas a la playa, los amigos suertudos de vacaciones en diciembre, el cine, la bici, tuve que dedicarme a “aprobar”. Al principio esto del “veraneo odontológico” me pareció una pesadilla, pero luego que el pesimismo ante la situación hacía más trágica esa pesadilla, traté de formarme unos deseos locos de reprobar o aprobar rapidito, pero cuando estaba en lo mejor de mi filosofía salía uno de los tantos profes mala onda, chaqueteando cualquier intento de brillantez, como choreado por que todavía asistían alumnos a los cuales había que hacerles clases ( Ya se jubilará, señor académico y podrá disfrutar de sus milloncitos, de los cuales al menos un par al mes ganó por hacernos clases)

¿Algo positivo de la experiencia? Nada. Lo único que me dejó fue unas cuantas humillaciones y menosprecios de un par de “docentes”, un miedo horroroso de pasar a cuarto año, un libro a medio leer y sólo un mes de vacaciones (que al menos merezco o ¿no?)

02 enero 2009

No es culpa de Pla


Josep Pla, escritor español, en su “Cuaderno Gris” me relata uno de los tantos episodios en donde después de una extenuante jornada en la universidad (por allá en los años 1913 aprox.) se iba a un cafecito de su lugar de estancia a charlar con los pintorescos vecinos acerca de la vida, de política, de chismes y demases. Lo relata con una normalidad tremenda, como parte de su cotidianidad y yo pienso “A ver si con una mano puedo contar qué personas de mi generación después de una cansadora dosis de universidad destinaría unos cuantos minutos a sociabilizar con un grupo equis de personas” Muy pocas, ni yo me cuento (que me encanta conversar) porque la verdad es que lo más probable solo nos quede tiempo para poder reponernos y seguir con nuestra cotidianidad tan distinta a la de Pla.

Los días se hacen nada, aunque uno se levante más temprano, tratando artificialmente de alargar el tiempo… sólo basta con mirar un rato el cielo y ya se han ido dos horas del día.
No se me ocurre por qué esto es tan así. Tal vez sea sólo yo, con esta paranoia habitual que tengo con el tiempo, aunque ahora recuerdo varias declaraciones de amigos y conocidos como de que el día pasa muy rápido, de que por qué chanfles no le agregan una hora más al día, de que por qué el tiempo no alcanza para nada.

Cuando charlo con mi papá, un tipo que para el bicentenario se hace presente con medio siglo encima, me cuenta de esas eternas tertulias de las tardes de verano, bajo un tibio sol medio tapado por el parrón de su patio o de esas ansiosas esperas por un programa de televisión o uno de la radio. ¿Ahora quién espera algo? O mejor dicho ¿A quién le alcanza el tiempo para esperar algo?
Mi mamá siempre habla de que antes la vida era más simple, por eso que a las personas les alcanzaban las horas del día y el tiempo avanzaba lentito.

Es una verdad innegable que la última década del siglo XX resultó ser el génesis de una época repleta de mezquindad y yerma de afecto y emoción por el del lado. El siglo XXI sigue el legado de su precesor, pero se le suman altas cuotas de arribismo y envidia que van acelerando los segundos.

El vecino del frente, antes que se separara de su esposa por allá en el 96’ y en un tono muy españolesco me decía siempre: “Mira pequeña , el mundo anda tan acelerao’ que pronto va a llegar el día en que ni tiempo pa’ respirar nos va a quedar y ahí quiero ver la mansa algazara que quedará en el mundo… más jarana que en el medio oriente, pequeña” Por esos años yo cargaba con pocos 9 años y de esa profecía no entendía nada, sólo pensaba en que podrían significar las palabras “algazara” y “jarana” por que lamentablemente a esa edad mi vocabulario no daba para entender palabras como esas, pero el punto es que ahora si que he interiorizado lo que me dijo alguna vez mi vecino, incluso es una parte de lo que me mantiene en vela esta segunda noche del 2009, porque fatalmente cada fin de año y comienzos de otro hago miradas en retrospectiva que me dan cuenta de lo rápido que se pasa el tiempo, más aún en esta época en donde este último sólo sirve para estudiar, trabajar, comprar, ver televisión o msnear ( y no vengan los nerds y digan “pero si chatear es sociabilizar” por que sociabilizar incluye miradas, gestos, sentir la presencia del otro)

Bue…sigo en este constante conflicto con el tiempo. El por qué de su andar tan rápido ahora y de la percepción de lentitud que originaba en el pasado es una de las tantas cosas que por más que lea y lea nunca entenderé.