Admito que me impresiono fácilmente. De repente por honestas estupideces, pero lo de ahora, lejos de ser todo menos alguna payasada alcanzó el umbral para propagar y desbordar honorables estremecimientos.
(Esta pequeña introducción seguramente puede sonarles muy iterativa de mi parte, pero ya está…no se me ocurrió algo más novedoso)
Le escribo al amor, como también lo he hecho en incontables oportunidades. ¿Por qué a esta señorita de los relatos extraños le dio por despilfarrar minutos con palabras dedicadas al tema más hiperventilado en la historia de las artes? Simple: Sólo es que en la semana recién pasada fui testigo del desenlace de una situación que me predispuso a la reflexión (de un tiempo a esta parte podría tener un magíster en reflexiones) y no de cualquier tipo: sencillamente las del corazón. "¿Por qué se le atribuyen los sentimientos al corazón?", nos preguntó el decano de la facultad en una clase de Patología, obteniendo un silencio sepulcral como respuesta. Ni siquiera sé por que hago yo semejante inculpación. Quizás los medios de comunicación me lo implantaron en el subconsciente…Quien sabe, pero algo tengo claro, eso de que se nos acelera ante situaciones de índoles que realmente nos atañen es una verdad sin contra-argumentos. Tal vez sea por eso que le atribuimos lo que nos mantiene vivos: las emociones.
Un par de meses atrás un amigo, probablemente con espectaculares reservas de amor, enredo su camino con una niña que alcanzó todos sus niveles de expectativas. Hacía años que no desbarataba estimablemente sus sentimientos, pero el tiempo ejerció su tarea: Le puso en frente a la chiquilla que completaría esa parte que le faltaba al puzzle, aunque con una maldita condición: no sería para siempre. Pero no le importó. Se lanzó heroicamente a las turbulentas aguas del amor y obtuvo el premio: ese oído predispuesto a escuchar sin tabúes ni tapujos, esa mirada iluminante, esos abrazos confortantes, esos besos incondicionales… Disfrutó lo más que pudo los escalofríos, los desenfrenados revoloteos de mariposas en el estómago, los deseos desesperados de sentirla cerca, la necesidad sin mesura de estar con ella eternamente. Precisamente resultó ser ese el aprieto, la condición que el tiempo exigió y que ahora pidió ser cumplida. Llegó el momento en que ella debe marcharse de su lado, dejando nada más que un triste y desolado corazón, que amó épicamente sin miedo ni límites.
Trato de transformar mis pensamientos en algún símil de los que deben estar en la cabeza de este romántico caballero pero se me hace un poco difícil. Siempre he creído que en el amor se sufre. Es el riesgo latente que lo circunda inevitablemente. Si amamos sufrimos. Es ley de vida, y algún remedio para ello no tengo forma de recetar. El cuento de la superación es bien personal. El modo de sobrellevarlo para unos puede que no sea valido para otros y las lágrimas empiezan a caer sobre el teclado al encontrarme con la frustración de estar inhabilitada para poder auxiliar. La música del PC no me saca de la tristeza en la que me hundo probablemente hasta que acabe de escribir: “Try Again - Keane” y reconozco que factiblemente deba terminar pronto éstas difusas frases no sin antes decir que a mí el amor me doblega...
(Esta pequeña introducción seguramente puede sonarles muy iterativa de mi parte, pero ya está…no se me ocurrió algo más novedoso)
Le escribo al amor, como también lo he hecho en incontables oportunidades. ¿Por qué a esta señorita de los relatos extraños le dio por despilfarrar minutos con palabras dedicadas al tema más hiperventilado en la historia de las artes? Simple: Sólo es que en la semana recién pasada fui testigo del desenlace de una situación que me predispuso a la reflexión (de un tiempo a esta parte podría tener un magíster en reflexiones) y no de cualquier tipo: sencillamente las del corazón. "¿Por qué se le atribuyen los sentimientos al corazón?", nos preguntó el decano de la facultad en una clase de Patología, obteniendo un silencio sepulcral como respuesta. Ni siquiera sé por que hago yo semejante inculpación. Quizás los medios de comunicación me lo implantaron en el subconsciente…Quien sabe, pero algo tengo claro, eso de que se nos acelera ante situaciones de índoles que realmente nos atañen es una verdad sin contra-argumentos. Tal vez sea por eso que le atribuimos lo que nos mantiene vivos: las emociones.
Un par de meses atrás un amigo, probablemente con espectaculares reservas de amor, enredo su camino con una niña que alcanzó todos sus niveles de expectativas. Hacía años que no desbarataba estimablemente sus sentimientos, pero el tiempo ejerció su tarea: Le puso en frente a la chiquilla que completaría esa parte que le faltaba al puzzle, aunque con una maldita condición: no sería para siempre. Pero no le importó. Se lanzó heroicamente a las turbulentas aguas del amor y obtuvo el premio: ese oído predispuesto a escuchar sin tabúes ni tapujos, esa mirada iluminante, esos abrazos confortantes, esos besos incondicionales… Disfrutó lo más que pudo los escalofríos, los desenfrenados revoloteos de mariposas en el estómago, los deseos desesperados de sentirla cerca, la necesidad sin mesura de estar con ella eternamente. Precisamente resultó ser ese el aprieto, la condición que el tiempo exigió y que ahora pidió ser cumplida. Llegó el momento en que ella debe marcharse de su lado, dejando nada más que un triste y desolado corazón, que amó épicamente sin miedo ni límites.
Trato de transformar mis pensamientos en algún símil de los que deben estar en la cabeza de este romántico caballero pero se me hace un poco difícil. Siempre he creído que en el amor se sufre. Es el riesgo latente que lo circunda inevitablemente. Si amamos sufrimos. Es ley de vida, y algún remedio para ello no tengo forma de recetar. El cuento de la superación es bien personal. El modo de sobrellevarlo para unos puede que no sea valido para otros y las lágrimas empiezan a caer sobre el teclado al encontrarme con la frustración de estar inhabilitada para poder auxiliar. La música del PC no me saca de la tristeza en la que me hundo probablemente hasta que acabe de escribir: “Try Again - Keane” y reconozco que factiblemente deba terminar pronto éstas difusas frases no sin antes decir que a mí el amor me doblega...