22 abril 2007

Esta pieza es para tí.-

Admito que me impresiono fácilmente. De repente por honestas estupideces, pero lo de ahora, lejos de ser todo menos alguna payasada alcanzó el umbral para propagar y desbordar honorables estremecimientos.
(Esta pequeña introducción seguramente puede sonarles muy iterativa de mi parte, pero ya está…no se me ocurrió algo más novedoso)

Le escribo al amor, como también lo he hecho en incontables oportunidades. ¿Por qué a esta señorita de los relatos extraños le dio por despilfarrar minutos con palabras dedicadas al tema más hiperventilado en la historia de las artes? Simple: Sólo es que en la semana recién pasada fui testigo del desenlace de una situación que me predispuso a la reflexión (de un tiempo a esta parte podría tener un magíster en reflexiones) y no de cualquier tipo: sencillamente las del corazón. "¿Por qué se le atribuyen los sentimientos al corazón?", nos preguntó el decano de la facultad en una clase de Patología, obteniendo un silencio sepulcral como respuesta. Ni siquiera sé por que hago yo semejante inculpación. Quizás los medios de comunicación me lo implantaron en el subconsciente…Quien sabe, pero algo tengo claro, eso de que se nos acelera ante situaciones de índoles que realmente nos atañen es una verdad sin contra-argumentos. Tal vez sea por eso que le atribuimos lo que nos mantiene vivos: las emociones.

Un par de meses atrás un amigo, probablemente con espectaculares reservas de amor, enredo su camino con una niña que alcanzó todos sus niveles de expectativas. Hacía años que no desbarataba estimablemente sus sentimientos, pero el tiempo ejerció su tarea: Le puso en frente a la chiquilla que completaría esa parte que le faltaba al puzzle, aunque con una maldita condición: no sería para siempre. Pero no le importó. Se lanzó heroicamente a las turbulentas aguas del amor y obtuvo el premio: ese oído predispuesto a escuchar sin tabúes ni tapujos, esa mirada iluminante, esos abrazos confortantes, esos besos incondicionales… Disfrutó lo más que pudo los escalofríos, los desenfrenados revoloteos de mariposas en el estómago, los deseos desesperados de sentirla cerca, la necesidad sin mesura de estar con ella eternamente. Precisamente resultó ser ese el aprieto, la condición que el tiempo exigió y que ahora pidió ser cumplida. Llegó el momento en que ella debe marcharse de su lado, dejando nada más que un triste y desolado corazón, que amó épicamente sin miedo ni límites.

Trato de transformar mis pensamientos en algún símil de los que deben estar en la cabeza de este romántico caballero pero se me hace un poco difícil. Siempre he creído que en el amor se sufre. Es el riesgo latente que lo circunda inevitablemente. Si amamos sufrimos. Es ley de vida, y algún remedio para ello no tengo forma de recetar. El cuento de la superación es bien personal. El modo de sobrellevarlo para unos puede que no sea valido para otros y las lágrimas empiezan a caer sobre el teclado al encontrarme con la frustración de estar inhabilitada para poder auxiliar. La música del PC no me saca de la tristeza en la que me hundo probablemente hasta que acabe de escribir: “Try Again - Keane” y reconozco que factiblemente deba terminar pronto éstas difusas frases no sin antes decir que a mí el amor me doblega...

13 abril 2007

Sólo quiero contarles lo que en una tarde helada sucedió...

Anteayer fui beneficiada con una tarde muy desocupada. Tenía frío y pensé en irme a acostar. Al lado de mi cama estaban tiradas muchas cosas. Unos cuantos cuadernos, lápices, ropa, discos, unas revistas y un libro de Julio Verne. “¿Qué hace el solemne señor Verne aquí tirado en vez de estar guardado en el rinconcito del clóset que tengo destinado para él y sus colegas tan letrados?”, me pregunté, pero me auto respondí expeditamente: “¡Ah!, Tiene que haber sido la Cony*, que en su afán de poder obtener nota azul en lenguaje indagó como una ráfaga para encontrar el librillo que debía leer, posiblemente para el día siguiente, por lo tanto me dejó todo así…tirado” (*Cony: hermanita menor, de esas que son casi de chiripa)
Bueno, pero tenía tanto frío, tanto desánimo, tanta ambición de poder acostarme que ni ganas me daban siquiera de hablar, así que la Cony se las llevó totalmente peladas.
Suspiré tirándome muy poco suavemente a la cama. Reboté un par de veces y cerré los ojos. Pero como siempre, la luz del día impidió mi concilio del sueño por lo que debí buscar cualquier excusa para no aburrirme (detesto los tiempos muertos) y estiré mi brazo para alcanzar, sin tener que levantarme o hacer algún esfuerzo, un libro rojo como un tomate. ¡Sí!, era el de Julio Verne. Lo tomo y mi subconsciente se hace presente advirtiéndome que al parecer ese libro ya lo había leído antes. Eso era efectivamente cierto, pero al hojearlo recordé que no era tan así. Lo que pasa es que era una edición que reunía tres de los clásicos de este escritor y yo sólo había leído dos: “Veinte Mil leguas de viaje submarino” y “La vuelta al mundo en 80 días”. Faltaba uno: “Miguel Strogoff”. Entonces me dispuse a repasar las líneas cuando sin avanzar más de 5 páginas me aburrí. Además me confundieron los nombres de los personajes. Aunque seguí revisando, observando los dibujos muy poco caricaturizados que entretuvieron a mi cabeza unos minutos. Después llegué sin querer a la biografía del autor: “En una pequeña isla llamada Feydeau, situada en la desembocadura del río Loira, muy cerca de la ciudad de Nantes, nació Julio Verne el 8 de febrero de 1828…”. Ahí me quede, pues. Su historia de vida sí que logró captar mi atención.
Se relataba los comienzos de su pasión por ser marino, que venían de pequeño, su amor casi eterno por una prima, su amistad con Alejandro Dumas (autor de “Los Tres Mosqueteros”), de cómo alcanzó reconocimiento y de su frustrado estudio de la carrera de Derecho, obligado por su padre, abogado de profesión.
Este último punto consiguió que descifrara las letras aún con más curiosidad.
El joven Verne, por esos tiempos de estudiante, lo único que quería era ser marino, sin embargo, gracias a relacionarse con ninguna pretensión en el mundo bohemio de los artistas de la ciudad, nacieron los ávidos anhelos de tener el tiempo necesario para poder escribir, porque se dio cuenta que sólo con eso podía llenar su espíritu. Pero no abandonó la universidad. Terminó sus estudios, le entregó el título a su padre y siguió por su camino, que no era ciertamente el de las leyes. Se tiró a fondo, se lanzó a la literatura y con los años todas sus capacidades fueron retribuidas con fama mundial, altos requerimientos de sus títulos y hasta una fuerte comparación entre él y Leonardo Da Vinci.
Julio Verne luchó por sus sueños al fin y al cabo.
Reconozco que ponerlo como referencia es algo un poquito espectacular, no obstante nos demuestra con eficacia como muchos tenemos miedo de no hacer lo que dictamina nuestra sociedad. Todos los jóvenes están obligados a ser profesionales y el que no lo logra es un pobre tipo arruinado. Es por eso que hay gente tan frustrada, por que nos dedicamos a todo menos a compensar el alma. Nuestro corazón merece urgente-urgente una indemnización…

07 abril 2007

La noche no disipó mis alas.

No sé si fue el cansancio de una larga jornada o tal vez la necesidad de mi organismo de aumentar sus niveles de glucosa lo que tal vez me hizo ver lo que vi...
Estaba esperando anhelante en una esquina un colectivo para llegar raudamente a mi casa. Había pasado al centro, después de un tedioso día universitario (de esos que son de 8 a 8) para rebuscar materiales dentales solicitados por los académicos entendidos en la materia. Al no encontrar lo tiránicamente requerido y al ver, además, que todas mis intenciones fueron truncadas quizás por la Ley de Murphy, que impresionantemente se aplica en los momentos menos oportunos, opté por la resignación y me doblegué ante la rapidez de ese particular transporte público. Pero mientras hacia tiempo ante la venida del generalmente “Nissan V16” se me presentó algo tanto o más conmovedor como cuando escuché por primera vez “Luna Luz” de Francesca Ancarola, canción que acompañaba unos pocos segundos del programa estrella de Paul Landon (a “Tierra Adentro” me refiero) El punto es que ser testigo de tal escena me emocionó como no me emocionaba hace mucho.
El cuadro se me presentó con un joven que apurado salía del Centro de Extensión de la Universidad de Talca, con un violín salvaguardado rigurosamente, apresurándose cada vez más para trasladarse posiblemente veloz a un lugar "X" en el transporte que casualmente yo también había elegido. Su espera también resultó ser en el mismo lugar que mi volada cabeza prefirió. Aunque la esquinita no era tan solitaria. Había además dos señoras, un par de niños chicos, un abuelito, una colegiala y otra joven universitaria (deduciblemente por su bolso cruzado de la UTAL y por un par de libros de anatomía cargados por sus brazos).
Aunque a pesar de la variedad de prototipos que tenía a merced para analizar, el violinista se robó mi atención. Su actitud era como de alguien de otro mundo, a pesar de su apuro, tan humano, me traspasó una sensación etérea, como que me obligo a pensar que el violín era su todo y que la música le permitía sobrevivir en este mundo, posiblemente tan ajeno a él. Se sentó en una escalera. A muy pocos metros estaba observándolo detenidamente. Me percaté que sacaba un papel con un lápiz y tomaba nota, mientras no podía quitar los ojos de la joven universitaria del bolso cruzado. Escribía y escribía, quien sabe qué hasta que al parecer llegó el número de colectivo que le servía para arribar a quien sabe donde. Pero antes de abordar el autito negro le entregó a la joven el papel sobre el cual se había detenido a trazar frases unos minutos. La miró fijamente y luego siguió su rumbo. La joven, desplegó apresuradamente el papel, que se encontraba doblado en cuatro y leyó en silencio el mensaje. Cuando esta acción terminó esbozo una coqueta y gran sonrisa.
No pasó un gran lapso de minutos hasta que se marchó.
Mi emoción fue retardada, pero monumental. Ocurrió ser así porque mi mente se fugó a otro planeta y presumí miles de teorías ante la espontánea sonrisa de la universitaria. Supuse desde una canción en su honor, un desesperado soneto, hasta una fugaz declaración de amor a primera vista... aún ahora, después de un día de lo ocurrido, las sospechas siguen volando en un planeador. Es que como sabiamente dice mi frecuentemente citado Fito Páez (suspiro) y como quiero creerlo yo: “Nadie detiene al amor en un lugar”.-