Me emociono al tan sólo comenzar a idear un escrito sobre algunos aspectos de las lúcidas reflexiones del padre jesuita Felipe Berríos. La entrevista que le realizó Juan Manuel Astorga en África, para El Informante, me abre la mente hacia algunos temas que he tenido pendientes en mi vida. Y es que al contrario de lo que la conferencia episcopal tilda como "críticas cómodas", yo creo que sus juicios son de una coherencia que sólo se logra con la sabiduría de un hombre cuya pasión social es genuina y está tatuada en su genotipo. Me conmociona escuchar el frenesí que le causa la obra de Jesús y el querer lograr transformaciones sustanciales en una comunidad vistiendo overoles y martillos. Esa concordancia tremenda entre lo que predica y practica me hizo pensar en retrospectiva, por allá cuando tenía 17 años y quise entrar a la universidad a estudiar odontología, con el fin de realizar una magistral jugada en el ajedrez social. Me quería ir a trabajar a Chiloé, ojalá viviendo en un palafito, rodeada de inhóspitos parajes. Me enamoraba la idea de ser "la" dentista de un pueblo y transformar las herramientas que me serían dadas en la universidad en pura ayuda a la gente. Odiaba a los dentistas opulentos y pomposos, que trabajaban en sus clínicas privadas tratando a toda costa de mostrar sus logros materiales. Escribía en su contra en este mismo blog, mientras en mis oídos sonaba y sonaba Luis Alberto Spinetta.... A Estos Hombres Tristes... Para mí una carrera de salud era 100% vocación de servicio, ojalá inserta en una de las zonas de mayor vulnerabilidad social.
Y bueno, si bien ahora sigo pensando que la salud requiere una dedicación de vida y mantengo mi repudio a la opulencia y la pomposidad, de la chica filantropica de antaño queda poco (por no decir nada). Ojalá nunca me sacaran de mi zona de comodidad. ¿Irme al sur a trabajar? Jamás, y a pesar de que en mi consulta otorgo varias "Becas Sara Silva" de atención odontológica integral completamente sin costo, disto mucho de lo que realmente podría hacer para socorrer a los más desamparados. Es que como siempre se dice, es muy fácil criticar todo acostaditos, calentitos por el escaldasono, pero sacrificar el comfort por un bien superior es otro cuento muy distinto. Como dice el padre Berríos, nos interesa demasiado nuestro propio bienestar. Somos una sociedad conformada por millones de criaturas narcisas tratando de trepar lo más alto en la escala social y ojalá que todos sean testigos de nuestro éxito, material sin duda, porque lo espiritual es de lo que menos nos preocupamos.
La base de la desigualdad de la que somos testigos en este país es por nuestro narcisismo. Si de partida estudiáramos lo que realmente nos gusta y utilizáramos nuestras profesiones como herramientas de construcción de un bien colectivo, la humanidad no sería lo que es ahora. Y no me desmarco de las críticas porque muy probablemente, por comodidad, también me he transformado en una criatura narcisista. De hecho, quizás la bandera de lucha debiera ser menos críticas y más acción, pero no tenemos la valentía de dejar la estabilidad por un fin mayor y mientras no lo hagamos vamos a quedarnos con el mismo país mediocre que tanto nos gusta analizar mientras nos tomamos un espumoso capuchino en el cafecito más hipster de la ciudad.
La base de la desigualdad de la que somos testigos en este país es por nuestro narcisismo. Si de partida estudiáramos lo que realmente nos gusta y utilizáramos nuestras profesiones como herramientas de construcción de un bien colectivo, la humanidad no sería lo que es ahora. Y no me desmarco de las críticas porque muy probablemente, por comodidad, también me he transformado en una criatura narcisista. De hecho, quizás la bandera de lucha debiera ser menos críticas y más acción, pero no tenemos la valentía de dejar la estabilidad por un fin mayor y mientras no lo hagamos vamos a quedarnos con el mismo país mediocre que tanto nos gusta analizar mientras nos tomamos un espumoso capuchino en el cafecito más hipster de la ciudad.