12 noviembre 2009

Isabelita...


De mi padre saqué lo mañosa, lo ruidosa y el movimiento constante.
De ti, madre, mujer de cabellera alocada, saqué tu nariz, tus lunares y tus manos. De esa sabiduría que destilas no tengo una sola gota, con lo que me hace falta ver las cosas como tú lo haces.

Cuando te enojas conmigo siempre me dices que soy un deja vú de tu marido y la verdad es que es verdad, jamás te llegaría ni siquiera a los talones.

El óleo, la comida y el aseo. La casa siempre helada por esa manía tuya de abrir todas las ventanas para hacer cambios constantes de aire, tal como lo hacía la madre de Josep Pla. Casera hasta los huesos, ermitaña extrema. Tú y tus pinturas, tú y tus antigüedades, tú y tus músicas…

De esta pequeña familia eres la matriarca.

Todo lo noble que tu descendencia puede hacer en algún momento de la vida es por que algo de ti, María Isabel, llevamos dentro.

No sé por qué escribo esto… Quizás porque escucho a lo lejos a un tipo que toca el piano, acordándome del presagio que hiciste en año nuevo: "uno de mis nietos será un artista por donde se le mire." Y es el único presagio que creo ciegamente. Seguramente habrá un bailarín, un saxosofonista, un escritor, o un pianista, que dedicará una de sus creaciones a esa gran mujer que sentó las bases espirituales, ideológicas y artísticas de toda la generación Silva- San Martín.

02 noviembre 2009

Polemista Sinforosa

Como siempre, estaba esperando la micro, sola y apurada, con síntomas del maldito mal que este año comenzó a aquejarme: Colon Irritable. Un paciente me había cancelado y tenía en mente una jornada entera sin trabajar, en momentos en que una jornada de trabajo clínico no se puede desechar así como así. Mi mentalidad zen trataba de vencer a mi intestino pero la verdad es que todo fue en vano. El colon irritable me hacia estragos mientras pensaba y pensaba en algún paciente suplente, pero nada.
Cuando ya me estaba resignando a perder esas horas sagradas de clínica, una familia entera llegó al paradero. Era un padre, una madre y tres hijos chiquititos. Típica familia de clase media, la cual desprendía por todos sus poros esa sensación de que el esfuerzo y el trabajo eran su estandarte. Todos iban con una sonrisa radiante. Los niños jugaban entre ellos. La madre trataba de repartir las colaciones y el padre revisaba su reloj. Tomaron la “7” mientras la madre se despedía de ellos a mi lado, no sin antes darles un beso a todos. En eso llegó la micro que me lleva a diario al lugar en el que no paro de batallar, en todo sentido, pero el largo trayecto, Django Reinhardt en mi Mp4 y esa experiencia previa me torno a una reflexión enorme, de la cual obtuve una curiosa conclusión: La simplicidad de la vida es lo que más me reconforta. Esa familia, que para un doctor, un ingeniero, un abogado puede significar nada, para mí significó más que muchas otras cosas, por que me confirma lo que pienso constantemente pero que necesito sea reafirmado en ciertas ocasiones: el dinero no hace la felicidad. “Sí , pero ayuda a costearla” podría decir Lalo de los “Chancho en Piedra”, pero declaro (y de lo más hondo de mi corazón) que prefiero cientos de veces ser pobre y feliz, que niña “high” tomando antidepresivos.
Concluí además que me gusta la gente. La gente sencilla y luchadora. La gente de verdad que disfruta de las cosas simples. Adoro cuando puedo atestiguar que personas sencillas pueden disfrutar de cosas que están diseñadas para clases sociales altas: como comprar un libro o un disco. Me gusta ir a la feria del libro y encontrarme con gente como yo, comprando libros o disfrutando de una tarde de jazz en la Plaza de Armas ( ¡Bendito y alabado seas Dios!, que iluminaste a gente influyente para crear el Club de Jazz de Talca)
Mi corazón se deleita cuando nos mezclamos todos en eventos públicos, sin formar ghettos, como es usual en la estructura social de este Talca que se jacta de dos tipos de cosas: para pobres y para ricos. Salud para ricos, salud para pobres. Colegios para ricos, colegios para pobres. Barrios para ricos, barrios para pobres. En un lugar así es casi comprensible que cualquier pelagato luche con uñas y garras por pertenecer al primer segmento.
Aunque la verdad, no me interesa nada ese grupo de descerebrados arribistas. Estoy feliz de que a pesar de que el mundo “A” está lleno de fulanos con aires de grandeza, existe un mundo “B” distinto, con distinta gente, distintos modos, distinta forma de ver y sentir la vida.