15 diciembre 2007

Mi entrañable Carmencita


La abuelita Carmen, mi querida vecina de edad sin fin citada en un anterior post, deja su dulce morada después de Navidad tras la decisión de sus hijos que optaron por tenerla más cerca luego del diagnóstico de cáncer al estómago que le realizaron meses atrás. Ellos la quieren cuidar en quizás sus últimos años de infinita y afanosa vida, pese a cualquier lágrima ajena.
“La vida es tan corta, Sarita, y yo la quiero aprovechar por siempre” suele decirme mientras riega y poda sus árboles que se han transformado en sus fieles acompañantes luego de que su esposo la dejara para esperarla en la eternidad.

Tan digna, tan pulcra, tan entregada a sus cosas, tan orgullosa, tan agradecida de la vida.

Cuando la conocí, yo corría estrepitosamente con 6 años a cuestas. Ella, con sus buenas primaveras encima, peleaba divertidamente con Don Samuel, su esposo y llevaba en la cabeza más de 20 tubos para encresparse el pelo y seguía poniéndose aún más, rutina que realiza hasta el día de hoy por ser poseedora de una encantadora vanidad que gratamente me desconcierta . Se pinta los ojos, los labios, plancha recelosamente su poca pero impecable ropa y sale a sus quehaceres sola, no sin antes ponerse unos gigantes lentes de sol que le tapan la mitad de la cara.
“Cómo me va a dar miedo andar sola en la ciudad si yo camino lentito. Me daría susto si fuera acelerada como tú”.

Ahora se la llevan por motivos de salud y aunque ella nunca estuvo de acuerdo, al final accedió con la única condición de vivir independientemente en una casa pequeña circundante a la de sus hijos. Ella no quisiera ser el estorbo de nadie y sabe valérselas por sí misma sacando fuerzas sepa Moya de donde.
“Dios me da la fuerza, incluso manda a Samuel para cuidarme en las noches y a veces nos quedamos conversando hasta el amanecer acerca de cómo andas las cosas acá”

Por mi parte es poco lo que pretendo. Tampoco puedo hacer algo para que se quede. Si se va es por motivos que nadie puede manejar, pero mi cabecita de cristal ideó esta forma de estampar su participación en mi camino. Aunque su legado es más que una simple historia cargada de emociones; me dejó un alma al descubierto con formidables soplos de ánimos para coexistir felizmente en esta selva endemoniada y le agradezco al Todo Poderoso el permitir enlazarme con personas así de milagrosas y así de apasionadas en su leve pulsar.

Jamás olvidaré a ese gran pez, que fue mi pequeña lumbrera por tanto-tanto-tanto tiempo…