26 febrero 2014

Celebridad menesterosa.-

¡Qué necesidad tremenda tenemos de ser célebres!

Sin ser socióloga ni estadística, sino más bien como ciudadana de a pie y desde esta incógnita tribuna me atrevo a decir que quizás todo partió en el mítico nuevo milenio con la masificación del novedoso, por ese entonces, M-S-N. Hasta ahí, el tema de hacernos conocidos era bien soft y consistía esencialmente en encontrar una dirección de correo chori, un nick estiloso, una imagen de avatar que valiera más que mil palabras y una lista eterna de contactos. Mientras más, mejor, más popularidad y por la popularidad somos capaces de hacer cosas ininteligibles (sobre todo si somos los presidentes del club de los nerds)

El piola MSN convivió luego en pacífico mutualismo con el exhibicionista y egocéntrico  FOTOLOG. Pero fue desde ahí que ya no había forma de controlar en algo la vanidad y la ansiedad. El número de comentarios por determinada foto te levantaban o catapultaban. Te podían estar diciendo una indeterminada cantidad de sinónimos de prostituta en cada uno, pero si sumaban, estabas ahí, todavía formabas parte de la contingencia fiestera, hablaban de ti en los recreos y eras tema. Reconozco que nunca me hice poseedora de una cuenta, pero no por motivos existenciales ni un límite de madurez  por encima de mis pares adolescentes, sino por el pavor que me daba el hecho de pensar que una foto mía podía tener cero comentarios o peor aún, un único posteo (y de mi hermana) que hubiese sido  no la percepción (que todos tenían), sino el tatuaje de perna en la frente.

La imagen lo era todo. Si el mundo te consideraba fea te perdías en las depresivas y solitarias aguas del anonimato y las cosas no han cambiado mucho desde ese entonces. Facebook, Instagram, Twitter pretenden que podamos sentirnos parte del mundo, mostrándonos con esa cara de porcelana que logramos luego de someter una foto a ediciones varias, porque nadie es tan feo como en el carnet de identidad y nadie es tan lindo como en la foto de perfil de facebook. Hasta los blogs, que son un poquito más recatados, pretenden decirle al mundo que existimos (tal como se describe en el encabezado de este)

Es raro, porque sí existimos física y espiritualmente, pero sin una cuenta en cualquier cosa de la plataforma virtual no valemos prácticamente nada y además tampoco sabes nada del mundo y la ansiedad que ha generado esa realidad es tremenda. Cómo si ya no tuviésemos lo suficiente para padecerla. Deben existir estudios al respecto, sobre ese  interés desmedido de que la gente nos vea en las vacaciones, en nuestro cumpleaños, que sepa o no nuestro estado sentimental, que sepa las películas que nos gustan y la música cool que escuchamos.

Perdemos la atención y como si fuera poco ¡perdemos la creatividad! Está científicamente comprobado que la ansiedad disminuye gravemente la creatividad. Queremos tener ideas novedosas para mejorar en el trabajo, para hacer sustentable un proyecto, para escribir un libro, pero estamos cada dos minutos revisando el celular por si alguna novedad se le saltó a la alerta de mensajes.

Además queremos, ansiamos, perseguimos anhelantes la aceptación y la opinión de los otros con respecto a nuestra vida. Si opinan bien son genios. Si opinan mal nos tienen envidia. Luchamos descarnadamente por ser lindos y atractivos, en pos del culto masivo a la imagen, el mismo que nos lleva a tener como meta constante ser un célebre personaje que marca tendencia. Como si la vida no fuera más que una revista de moda.

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