Dicen que viajando se fortalece
el corazón…(Sólo
se trata de vivir- Litto Nebbia)
Por dos
décadas quise que llegara este momento. Hasta que por fin llegó. No sé si fue
que yo lo evité y no hice mucho por arribar a aquel lugar real-maravilloso,
pero el destino (apresurado, paulatino y tardío a veces) quiso que este 2014 partiera
con el corazón rebosado de contradictorias emociones.
Conocí
la casa-museo de Pablo Neruda en Isla Negra y la experiencia me queda grande.
Lo que sentí es casi inenarrable, desde que pisé la entrada y leí una
inscripción tallada a mano en una viga: Regresé
de mis viajes. Navegué construyendo la alegría, mientras simultáneamente el
audioguía nos relataba una reflexión del propio Neruda:
"En mi casa he reunido
juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir.
Son mis propios juguetes. Los he juntado a través de toda mi vida con el
científico propósito de entretenerme solo.
El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió, para
siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.
He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la
noche. "
Prohibido
tomar fotografías en el interior. Imagínense la labor tremenda de relatar lo
que sentí con las maravillas que tenía en frente sin poder mostrar su
magnificencia. Nadie me obliga, lo sé, pero estoy ahogada en un mar de
sentimientos, porque en esa casa deambulaba el espíritu de Neruda, se percibía
hasta al respirar.

Un
refugio construido a pulso, como una poesía enigmática y envolvente. Donde nada
está dispuesto al azar y todo cuenta una milagrosa y cautivante historia. Caminar
entre sus colecciones es estar en un sueño ambivalente, donde no sabemos si
reír o llorar, si escapar o dejarnos hechizar por las supersticiones de Neruda.
Fui valiente y me dejé hechizar mientras subía a su dormitorio, lugar en el que
consumó incontables amores que bien merecidos se los tenía porque la arquitectura
y ambientación no escatima en ingenio y romanticismo. Era tan fatal entre las
mujeres, que cuenta la leyenda, que en una ocasión la sobrina de Matilde
Urrutia fue a hospedar a su casa en Isla Negra. No pasó mucho tiempo en que
Neruda la hiciera suya estando en la casa también Matilde. Quizás en una forma
constante de disculparse, la casa cuenta con innumerables homenajes a su “Chascona”,
como le decía a Matilde, la amante eterna del Capitán, quien yace junto a él
frente al mar que atestiguó tanto amor y pasión.

“Tú y yo
caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas
latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén
del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha,
cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de
catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así
establecidas mis razones de amor te entrego esta centuria: sonetos de madera
que sólo se levantaron porque tú les diste la vida.”
Lo que se vive en
aquel lugar es algo definitivamente inefable, sin descripciones lógicas ni
frases que le hagan pleno juicio. Es una experiencia que se debe vivir para
después tratar torpemente de contarles a los demás lo indescriptible de lo
vivido. Una gran paradoja.