Lo postergué por tanto tiempo. Me parecía que siempre había algo más importante que aprender a manejar. Ni el auto que mi padre nos regaló a mí y a mi hermana logró entusiasmarme. De hecho, qué sentido tenía aprender a conducir si tenía fácil acceso a la locomoción colectiva y fácil llegada a todos los destinos que me interesaban. Así, tal y como Sheldon Cooper de la gran serie The Big Bang Theory, siempre prioricé otras cosas y si bien Sheldon se defiende alegando ser posiblemente de una raza más evolucionada que no necesita aprender este tipo de cosas, en mi caso, y contrario a lo que le podría pasar a Cooper, la cuestión social, debo admitirlo, me obligó a inscribirme en un curso de conducción.
Pero si hay algo para lo que no nací es para esto. Cero por cero. Y si bien mi instructor me da ánimos mientras jotea a las peatonas, la verdad es que no hay caso. La última vez que me sacó a recorrer la ciudad me llevó a la Universidad de Talca. Mientras aceleraba y pasaba los cambios, pedía al cielo fervorosamente, no encontrarme con ningún ex compañero. Cuando pensaba que estaba absuelta de cualquier tipo de bullying, escucho por la ventana del auto del lado “¡Weeeeeena, Sary!…..Nosotros pensamos que sabías manejar, ¡tai’ viejita si po, Sary!”
Así que si me ven en la calles de Talquita tratando de dominar un auto aléjense lo más que puedan. Soy un peligro en la vía.