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Nate Williams.- |
Una vez conocí a un tipo. Era un
tipo muy optimista, muy alegre y sobretodo con un espíritu muy humilde. Venía
de un pueblo lejano, escondido, donde no existían muchas posibilidades de hacer
otra cosa que no fuera dedicarse a la agricultura. Pero el destino quiso otra
cosa.
Fue el primero de su familia en
romper el círculo del analfabetismo. Su mente brillante (no era simplemente
inteligente) lo llevó a que a pesar de haber estudiado en un colegio suficientemente
mediocre, sobresaliera grandilocuentemente en la PSU y entrara a estudiar
becado a una carrera de élite en una universidad de alto nivel.
Según me cuentan, partió hacia la
capital, que conocía sólo por la televisión, con una mochila enorme a cuestas.
Poca ropa pero mucha repostería hecha por su madre la abultaban. Su familia y
su chiquilla salieron a despedirlo a la carretera mientras esperaba el bus
interurbano que lo llevaría al terminal.
Lo conocí cuando llevaba ya
cuatro años estudiando. ¡Qué placer era hablar con él! ¡Cuánta energía te
inyectaba su alegría, su optimismo y su perseverancia! A mí me causaba total
admiración. Total. Imagínense, conocer a un par que encarne todo los ideales
por los cuales uno siempre ha luchado. Me sentía una privilegiada de poder tan
sólo conversar con él.
Un buen día egresó de la
Universidad y comenzó a trabajar. El primer sueldo que recibió lo impactó por
completo. Jamás había visto semejante cantidad de plata y menos tenido. No
sabía qué hacer, porque pagó sus cuentas y seguía siendo mucha. Les envió una
buena suma a sus padres, y aun así, el saldo a su favor era muy providencial.
Así que comenzó a comprarse ropa y perfumes. El auto de moda no tardó en llegar
y en poco tiempo cambió la pieza que arrendaba por un gran departamento en un
barrio bastante privilegiado de la capital. Con tanto cambio, tampoco hubo demora
en el recambio de amistades. Olvidó por pasajes a sus antiguas amistades
provincianas (dejó solo a los que tenían carreras universitarias prósperas) y
las reemplazó por sus colegas, que junto con él, comenzaron a formar parte de
los segmentos con más poder adquisitivo del país. A su polola secundaria, que
lo acompañó y apoyó durante los momentos más complejos de la universidad,
pronto le llegaría el sobre azul, ya saben, la oferta comenzó a variar y la
demanda se volvía cada vez más exquisita. Él, un profesional V.I.P, solo podía
estar con otra “Very Important People”. No existía ninguna otra posibilidad.
Su pasado en provincia ya lo
borró. Como quién borra una oración mal redactada en su bitácora. “No importa
de dónde venimos, sino hacia dónde vamos”, suele decir, como si nuestra vida
estuviera cimentada en la arena, como si lo que hemos vivido hasta el momento
no sirviera para absolutamente nada.