
Me sorprende lo planificador que resulta ser Mister Destino. Pareciera que todo el día (y toda la noche) anda maquinando cosas para que sólo nos ocurra lo que nos debe ocurrir. Ni más ni menos. Pero ayer me regaló un momento, en el instante preciso en que se me estaba olvidando la esencia real de la bajada en este paradero Tierra.
Repasando en la micro cada uno de los pasos que debía realizar para una prueba que tenía en 30 minutos más mi cabeza estaba funcionando a años luces. Tan concentrada que en ningún momento me di cuenta que un niño de no más de cinco primaveras me miraba, como escondiéndose y riéndose con tal despreocupación que incluso llegué a envidiar.
- ¿De qué tanto te ríes?, le pregunté
- De ti... Tienes cara de enojada.
- ¡Cara de enojada? Te equivocas, iba estudiando en mi mente.
- Jijijijijiji, ¡qué fome!, me dijo tiernamente.
- La verdad que sí. Y tu ¿por qué andas tan contento?
En eso me respondió su mamá, que estaba sentada al lado, diciendo algo acerca de que su hijo siempre andaba alegre, jugando con amigos invisibles, conversando con los vecinos, dibujando y saltando.
- Además es un fresco. Le gustan todas las niñitas. Ahora se ríe tanto contigo por que es un enamorado, así de simple.
- Entonces dígale que me busque en 20 años más.
Ese niño si que sabe vivir, pensé y recordé la infinidad de absurdos cuentos cortos que de pequeña escribí, todos esos dibujos coloreados sin tener presente los márgenes, mis amigos, mis pocos pero preciados juguetes, mis lápices guardados en una cajita de metal, los dulces que escondía bajo el colchón de la cama, los cassettes viejos, mi bici chiquitita con canastito, mis risas eternas...
Me voló la cabeza tanta alegría y relajo, incluso llegué a rogar por ser ese niño, aunque fuera por unos miserables minutos. Y es que su risa inocente sonaba como en una canción de Spinetta... The Childrens of the Bells.