
Es divertido porque como que nos quedamos pegados.
Es como si de repente el tiempo dejara de correr, como si la respiración se elevara y el corazón se acelerara. Inclinamos la cabeza para mirar el cielo y sentir el viento (tan familiar). Cerramos los ojos y nos imaginamos el día que realmente nos inspiró, ese día que ahora es culpable de que nos llenemos de emociones. Parecemos tarados. ¡Sí! , porque ¿conocen a alguien que se cautive por algo así? La verdad del asunto es que como se dan las cosas, detenerse ante la inminente llegada de los recuerdos es una verdadera estupidez. “El tiempo no es para perderlo en esas cosas”, dice la gente ocupada (imagínense que dirían de mí al saber que el miércoles tengo certamen de anatomía y me doy el lujo de estar escribiendo mi historia de hoy)
No me gusta eso. Me desagrada ser testigo de cómo todos luchan en contra del tiempo, encarnado una batalla de la cual es mas que evidente quien es el vencedor (si, el tiempo). Tiempo, tiempo, tiempo…. Todos quieren más tiempo, a todos les falta. Y como se necesita, en ninguno de los casos sobra es imposible que nos detengamos ante cualquier acontecimiento que no sea en pro de los estudios o del trabajo. Hoy yo sí me di el tiempo de hacer “estupideces” y con la pronta llegada, como ya decía, de una enorme prueba de anatomía. Escuché “Crema de estrellas”, una canción que no escuchaba de mis años de colegio secundario, junto con “Zoom” y “Paseando por Roma”. Las canté enteritas, y saltaba en mi cama (con la euforia tan innata en mí)…. Después de eso me puse a pensar en las estaciones del año, en lo poco que me desagrada el frío pero lo triste que sería perderse Talca en primavera. Me sentí enamorada de la vida y al rato estaba estudiando con más ánimo que nunca, cavilando lo tarados que son las personas que piensan que nosotros, los soñadores, somos los tarados.