Sin ser socióloga
ni estadística, sino más bien como ciudadana de a pie y desde esta incógnita
tribuna me atrevo a decir que quizás todo partió en el mítico nuevo milenio con
la masificación del novedoso, por ese entonces, M-S-N. Hasta ahí, el tema de
hacernos conocidos era bien soft y consistía esencialmente en encontrar una
dirección de correo chori, un nick estiloso, una imagen de avatar que valiera
más que mil palabras y una lista eterna de contactos. Mientras más, mejor, más
popularidad y por la popularidad somos capaces de hacer cosas ininteligibles
(sobre todo si somos los presidentes del club de los nerds)
El piola MSN convivió
luego en pacífico mutualismo con el exhibicionista y egocéntrico FOTOLOG. Pero fue desde ahí que ya no había
forma de controlar en algo la vanidad y la ansiedad. El número de comentarios
por determinada foto te levantaban o catapultaban. Te podían estar diciendo una
indeterminada cantidad de sinónimos de prostituta en cada uno, pero si sumaban,
estabas ahí, todavía formabas parte de la contingencia fiestera, hablaban de ti
en los recreos y eras tema. Reconozco que nunca me hice poseedora de una
cuenta, pero no por motivos existenciales ni un límite de madurez por encima de mis pares adolescentes, sino
por el pavor que me daba el hecho de pensar que una foto mía podía tener cero
comentarios o peor aún, un único posteo (y de mi hermana) que hubiese sido no la percepción (que todos tenían), sino el
tatuaje de perna en la frente.
La imagen lo era
todo. Si el mundo te consideraba fea te perdías en las depresivas y solitarias
aguas del anonimato y las cosas no han cambiado mucho desde ese entonces.
Facebook, Instagram, Twitter pretenden que podamos sentirnos parte del mundo,
mostrándonos con esa cara de porcelana que logramos luego de someter una foto a
ediciones varias, porque nadie es tan feo como en el carnet de identidad y
nadie es tan lindo como en la foto de perfil de facebook. Hasta los blogs, que
son un poquito más recatados, pretenden decirle al mundo que existimos (tal
como se describe en el encabezado de este)
Es raro, porque sí
existimos física y espiritualmente, pero sin una cuenta en cualquier cosa de la
plataforma virtual no valemos prácticamente nada y además tampoco sabes nada
del mundo y la ansiedad que ha generado esa realidad es tremenda. Cómo si ya no
tuviésemos lo suficiente para padecerla. Deben existir estudios al respecto,
sobre ese interés desmedido de que la
gente nos vea en las vacaciones, en nuestro cumpleaños, que sepa o no nuestro
estado sentimental, que sepa las películas que nos gustan y la música cool que
escuchamos.
Perdemos la
atención y como si fuera poco ¡perdemos la creatividad! Está científicamente
comprobado que la ansiedad disminuye gravemente la creatividad. Queremos tener
ideas novedosas para mejorar en el trabajo, para hacer sustentable un proyecto,
para escribir un libro, pero estamos cada dos minutos revisando el celular por
si alguna novedad se le saltó a la alerta de mensajes.
Además queremos,
ansiamos, perseguimos anhelantes la aceptación y la opinión de los otros con
respecto a nuestra vida. Si opinan bien son genios. Si opinan mal nos tienen
envidia. Luchamos descarnadamente por ser lindos y atractivos, en pos del culto
masivo a la imagen, el mismo que nos lleva a tener como meta constante ser un célebre
personaje que marca tendencia. Como si la vida no fuera más que una revista de
moda.